domingo, 6 de marzo de 2016

Discurso del oso, de Julio Córtazar

Córtazar escribió esta historia para dos niños.  E hizo lo que los niños hacen, pensar en lo cotidiano desde otro lugar.



No quiero que me tomen por chismosa, pero debo confesar que, a veces, presto atención a las conversaciones ajenas. Un día iba caminando por la calle y adelante mío iba una señora mayor y un niño. Probablemente, no tengo datos como para afirmarlo, se trataba de una abuela y de un nieto. Como estaban arreglando algo en un edificio había un andamio en el camino. El niño le dijo a la abuela que iban a pasar por un túnel y describió toda una aventura a partir de un par de caños y tablones de madera sucia. Eso mismo para un adulto es una molestia porque la vereda está estrecha, porque hay que pasar por una construcción. 

Es escribir una nota para protestar al portero, es quejarse que el tiro de aire anda mal. Y no pensar que puede haber un oso en nuestras cañerías, que juega, que nos acaricia las mejillas y nos lame la naríz cuando nos lavamos la cara. Porque los adultos somos, como nos describe el oso del cuento, seres que no pueden andar por los caños, torpes y grandes, solitarios, que no pueden darse cuenta de lo evidente. Que sin magia el mundo real es aburrido y triste.


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